En mi anterior artículo traté las diferencias entre la posición conservadora y la reaccionaria, y por qué la primera es un camino mucho más seguro para detener la barbarie que acompaña a las revoluciones. Hoy quisiera plantear la siguiente cuestión que resuena en las cabezas de muchos derechistas: dado el inapelable dominio del progresismo en todos los ámbitos, ¿es actualmente el conservador, en la práctica, un antisistema? Tradicionalmente este vocablo peyorativo describía a los activistas de extrema izquierda, veteranos de la que los anarquistas llamaron la "acción directa", que en el pasado se traducía en el asesinato de reyes y presidentes y en ataques terroristas, y hoy, más aburguesada para tanto arrojo, se limita a quemar contenedores, destrozar el mobiliario público, amedrentar a políticos (los famosos "escraches"), colapsar las calles o enviar policías al hospital.

Dada la connotación social de todas estas prácticas, no es sorprendente que sea casi inconcebible para un conservador declararse antisistema. Pues, ¿no es el conservador el máximo valedor del orden y de las instituciones? Después de todo, la acción directa fue inventada con un propósito muy nítido: derrocar el orden liberal burgués parlamentario del siglo XIX. El conservador, lógicamente, siempre se encontrará enfrente de tamañas subversiones, como nos mostró el gran mariscal Patrice MacMahon en su represión de la Comuna de París en 1871.

Sin embargo, la cuestión no es tan sencilla. En una época en la que opinar distinto al consenso socialdemócrata puede costarle a uno caro (al extremo de que incluso se le impida organizar un acto en una universidad o se le despida de su trabajo), y dado que este consenso es el que se refleja en los medios de comunicación de masas, ¿no habría devenido el conservador en la práctica en antisistema? Porque si ese fuera el caso, tal vez los conservadores deberían dar un giro a su percepción de la sociedad y al modo en el que interactúan con ella.
Mi idea es que los conservadores no debemos considerarnos antisistema, sino "anti-este sistema". Detrás del antisistema puro, el del tiro en la nuca antes y el que apalea a policías hoy, no hay sino un profundo odio y resentimiento contra toda forma de autoridad, ya sea política o social, y una determinación de extirparla por la fuerza bruta, aunque se ejerza contra mujeres embarazadas, pues para el antisistema nadie es inocente, y si uno no se suma a su lucha se convierte en objetivo. El conservador no puede reconocerse en nada de esto. Para él, el enemigo a batir no es la familia, ni la propiedad, ni la policía, ni la autoridad en genérico. Al contrario, el conservador ama y defiende todas estas instituciones frente a la amenaza real: la ideología progresista, reflejada en los agentes políticos y en las oligarquías mediáticas e intelectuales, con la complicidad de cierta clase empresarial.
Se podría ir aún más lejos y concluir que las posiciones de los antisistema y la de los conservadores son frontalmente opuestas. Todo lo que el conservador quiere preservar son obstáculos que el antisistema aspira a destruir. Lo que sucede hoy, y que tanto desconcierta a muchos, es que, al igual que durante el Terror jacobino o con el ascenso del bolchevismo en Rusia, los antiguos antisistema se han hecho con el poder, al menos en parte. Es por eso que el conservador debe ser "anti-este sistema", pues oponiéndose al sistema actual no hace sino rechazar la ideología antisistema dominante.
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